lunes, 19 de julio de 2010

INQUISICIÓN

I
Y él se sentía mal cada vez que miraba una mujer. Sobre todo cuando iba por la calle acompañado de su madre. Siempre le quedaba la incertidumbre de que ella lo descubriera en plena acción y vislumbrar en su ceño un duro gesto inquisitorio o una seña de pudorosa indignación. Entonces él se resignaba, y cuando el bus estaba en marcha observaba con cuidado los letreros, jugando a descubrir los gazapos que se esconden en los pintorescos conjuntos multicolores de las tiendas. Lo irónico es que algunos avisos le mostraban las sensuales curvas de una mujer, hacían un énfasis morboso en las nalgas bien pronunciadas de una modelito cualquiera. El multicolor grotesco lo espantaba. ¿Es aquella la luna o un anuncio de la luna? Él nunca contestaba esa pregunta, y su mente era un botadero de luces de neón. Onda y materia. Y todo eso era una carga. Por eso cuando se alejaba de la ciudad abría de verdad sus ojos y respiraba hondo.

II
Es un hermoso día oscuro. Se alegra de tener el privilegio de dejar la ciudad con la complicidad del clima. Disfruta montones fingir que aquella es una despedida definitiva y que cada vez ira más lejos: - Una vaca por vez. – Piensa y ríe viendo los potreros inmensos de pastos altos y cercas chuecas mientras sus ojos lagrimean y su boca se seca por el cortante viento frío que entra por la ventana del bus. Mecánicamente alza su mano y se acomoda un mechón de pelo que se atraviesa en su ojo derecho. El viento le juega una mala pasada justo cuando ve una rubia en un Ford blanco que sobrepasa rápidamente el destartalado bus donde viaja. Su madre estaba tres filas adelante. Otra oportunidad perdida, y resignado observa como se va acercando a esas torres metálicas. Cierra la ventana y las gotitas mojan los vidrios. El sonido agudo en sus oídos se hace más vivo cuando cierra sus ojos.

III
La gente que visita los miradores esta decepcionada. Dispara flashes a sus familias y en el fondo se ve la neblina que esconde aquel “imponente escenario natural que se ha convertido en destino predilecto de los amantes de la naturaleza”. Él ha convertido su folleto en un avioncito de papel que guarda en el bolsillo. Un hombre moreno conversa con su madre.
- Parece que en el otro mirador ya se ve mejor.
- Es que con el clima uno nunca sabe.
Se apoya en la barandilla y durante un instante sólo llegan ecos lejanos de graznidos. Luego un ave gris casi desplumada aterriza en el barandal de madera. A duras penas logra respirar y lo observa sin interés. El pájaro viejo lo entretuvo hasta que vislumbra un techo que antes fue rojo. El mirador se revela lentamente a sus ojos y la escena le recuerda como los barcos arriban a los lejanos puertos ingleses. En-sueña. Su madre se acerca y dice algo increíblemente estúpido acerca del hombre con el que había hablado. Por puro respeto no estalla y guarda silencio, muy a su pesar, pues la aparición del otro mirador viene acompañada por la de la rubia del Ford, apoyada como él en una agrietada baranda de madera. Su madre se va, pero no puede librarse de aquel tabú. Baja la mirada y al meter su mano izquierda en el bolsillo encuentra el avioncito de papel. Lo saca y se alista para lanzarlo. Involuntariamente (tal vez no) alza su cabeza y ve que ella lo observa. Sus cejas levantadas y arqueadas y su boca tan cerrada que sus labios desaparecían cada vez más. Inquisitiva y recriminadora. Arruga con vehemencia el avión y se sienta sobre el suelo húmedo. Todos deberían irse de allí. Abandonarlo. El pájaro gris se sacude con espasmos pequeños y rápidos. Su familia se acerca, lo han estado buscando. Abre la boca:
- Todos, hagan fila para saltar.
- ¿Qué?
- No. Nada. ¿Qué hora es?
Afortunadamente no habían escuchado tamaña sandez. Él sabe que la decepción apendeja. Se levanta y ve como ella se marcha y la pierde de vista cuando cruza la puerta que conduce a los ascensores. El pájaro se sacude por última vez.
- Sólo eso me falta. – Y en vez de saltar toma el ascensor.