lunes, 16 de julio de 2012

miércoles, 12 de octubre de 2011

En mi casa hay una cajita de madera para guardar esencias. Algunos olvidan oler. Para ellos hay cajones de madera en los parques.

lunes, 21 de febrero de 2011

EL COMENSAL

Al fin teníamos el regalo ansiado, caído, caído muy bajo.
Tan bajo caído que entre nosotros ha morado.

Simone Asperger

Cuando nos sentamos a la mesa sentimos una admonición ominosa y profunda. El comensal había llegado. Los murmullos surgían quedos y se esfumaban como pequeñas volutas de humo, vacíos e inasibles, repetían lo ya sabido. Por alguna misteriosa gracia (beautiful inconsistency) soy consciente del tiempo terreno, por eso podía asegurar que se había puesto tres veces el sol desde la llegada del comensal. Naturalmente nos estaba vedado verlo, y como sucede en estas situaciones, muchos juraban verlo pasear con gravidez en medio de las horas más confusas. Algunos más osados se apresuraban a decir que él les había hablado extrañas nuevas, que rotundamente se negaban a revelar. En contar y escuchar rumores trascurrió todo lo acaecido hasta ese instante. La mayoría se enzarzaba en discusiones absurdas acerca del comensal. Aunque fuimos en verdad afortunados. Digo afortunados –aunque decirlo sea una ironía lacónica – porque desde hace mucho no sucedía nada que sacudiera lo usual con tal secreto, y a la misma vez con tal fuerza. Nunca se nos había dado la posibilidad de recuperar nuestro lenguaje, de reconocernos en él. No recuerdo la última vez en que la voz genuina era tan sólo una quimera. Sólo lo puedo situar en un vago antes. En ese antes los hombres buscaban la voz genuina. Tal vez aún lo hagan ¡Y está tan cerca! ¡Están tan cerca de descubrir la futilidad de la eternidad! El lenguaje contamina. Hace de la voz un espejo turbio, pero la imagen representa una magra esperanza contra el hastío y la espera. La espera que se hace eterna. En la sala estábamos los anfitriones, silenciosos y expectantes, ignorantes del motivo de su única visita. La presión que sentíamos era justificable, era La Visita. Desamparados ante la posibilidad de no representar bien nuestro papel. ¿Y si tener esperanzas vanas era prohibido? Todos estos miedos se perdieron en pequeñas volutas que se evaporaban y lentamente desaparecían dejando en tras de sí nociones de algo realmente sublime. Un preludio magistral repleto de maestría, como si todo estuviera planeado. Preciso y sin desentonar, llegó el momento y la sala se iluminó sobriamente con un resplandor miserable y triste.

El comensal era indescriptible. Escapaba de cualquier impresión individual con delicadeza que rayaba en la insolencia. Pero estaba allí, y todos eran conscientes de esa presencia inevitable. Yo quería ver sus ojos, para ver si por casualidad o providencia pudiera yo vislumbrar un fragmento de la historia de su venida, pero era imposible. Algunos, con la simple certeza de estar sentados con el comensal, sucumbían de repente, y eran arrastrados con disimulo y fiereza contenida hasta que desaparecían. Incluso el Gran Anfitrión soportaba apenas, sostenido apenas por alguna fuerza recóndita y vacilante. Comprendí entonces que el comensal al fin comenzaba a representar su papel a cabalidad. Un punto muerto y luego el inicio definitivo. Todos recobramos algo de fuerza y de pronto, el Gran Anfitrión, rescatando el orgullo que le daba su sapiencia antigua abrió la boca y como un coro empezamos a actuar impelidos por una voluntad ajena. Nuestras voces formaban un coro unísono y estridente. Podría decir que en cierta manera bello. Bien logrado y preciso.

Atento escuchó cada palabra pronunciada. Cerraba de cuando en cuando los ojos dando la impresión de que sonreía para sus adentros. No importaba ya lo demás esa sonrisa velada lo cambiaba todo. Entonces cesaron los ataques abruptamente, y de una manera peculiar y vívida, como si un sordo viera derribarse algún collado imponente. Éramos entonces coreutas sordos, nuestras únicas notas se ahogaron bajo el peso de la ruina acaecida. Entonces lo comprendí. El Gran Anfitrión se debatía entre su deber de cortesía y su indignación por la conducta inusual en la sala. Y en medio del sobresalto producido, el comensal se alzó de su silla, atravesó la sala y con beso cortés dirigido a través de los senderos etéreos a sus anfitriones, abandonó la sala, dejándonos ahogarnos lenta y desesperadamente.

lunes, 24 de enero de 2011

ESPUTO

I

David estaba nervioso, y miraba para todos lados buscando la nada en medio de la gente que regresaba a casa. Luego se arreglaba arrugas en su camisa verde a cuadros, escupía al suelo impasible y se rascaba los ojos. Era obvio que no quería que yo estuviera allí. Y fingía ignorarme, buscando lo imposible en medio de los autos que cruzaban en la calle.

-¿A quién espera?- pregunté en forma de venganza, mientras pensaba "a mí no me ignora, idiota"

-¿Ah?

-Que a quién espera.- insistí, mientras lo miraba recostado en la pared de ladrillos.

-¿Ah?

-¡Nah! Olvídelo.

Olvidar. Era la razón por la que todos ellos estaban allí. Eso justificaba el hecho de que la incomodidad de David se volcara hacia mí. No era su culpa, mía tampoco. Mis pasadas actuaciones de moralista eran inocentes pero insuficientes. No había salvado la distancia. El empeño en ignorarme, aunque inútil, se hacía terriblemente material. Como un monstruo ciego y viejo en un armario sellado, que perdió sus uñas de rasgar y rasgar la puerta. Duramos unos minutos callados, en los que yo comencé a arrepentirme de haber hecho esa maldita visita. Además, casi al mismo tiempo, Campos llegó acompañado de Raúl. Campos era apenas mayor que yo y siempre profesó un odio maquillado hacia mí. Me saludaba con sorna, y sagradamente se desbocaba en sus comentarios peyorativos sobre los emos, creyendo que yo era uno de ellos. Bajo su lógica, yo era emo y por lo tanto, era un marica, lámpara e hijo de puta. Esta vez no fue la excepción, y sabiamente me hice el pendejo. El ambiente se tornó aún más denso cuando Campos se acercó a David y le susurraba al oído con rapidez y visible molestia reclamos por mi presencia a esa hora y en ese lugar. David se quedó callado, me miró con ojos vacíos y se distrajo con la estela de humo que dejó un viejo bus verde. Y sonrió como idiota, cuando Campos se levantó de su lado con fuerza, escupió cerca de mis pies y se unió al grupo que aplaudía rabiosamente las bufonadas de Raúl, un tipo gordo y dientón con pantalones entubados y chaqueta de cuero sintético que tenía el feo vicio de salivar excesivamente mientras hablaba. Al poco rato reía con ellos, que fingen prestarle atención. Al estar solos David y yo, algo cambió y sus ojos se abrieron un poco. Volvió a sonreír y me preguntó por la universidad:

-Bien, bien. Eso sí me toca leer mucho.

-Claro. Es que es diferente al colegio.

-¡Uf! Demasiado.

-Sí.

Ambos sabíamos que todo lo dicho en esa conversación habían sido puras pavadas. Pero estábamos de acuerdo y la distancia se estaba acortando. Encendimos un cigarrillo y lo fumamos en silencio. Raúl hablaba ahora de las tetas de una puta, y su cara adquirió el gesto de un cerdo. Lo grotesco de la imagen me obligó a bajar la mirada, y por fin en ese instante David confesó:

-Parce, estoy muy llevado.

-Se le nota. ¿Y qué cosas metió?

-De todo. Pero todo bien que yo puedo…

La frase quedó a la mitad, pues a pesar de todo, David era un tipo honesto. Yo me levanté, di una pequeña vuelta con las manos en la cabeza y resoplando. Había llegado mi hora. Yo también confesé mientras acariciaba mis brazos frenéticamente y me quitaba constantemente un mechón de la cara. Un rato después, habíamos dejado atrás a Raúl y su escándalo de los mil demonios, y golpeábamos en una puerta desvencijada.



II

En un cuarto amanecí sorprendido, con el sol dándome de lleno en la cara. Tenía la nariz tapada por completo y me dolía la garganta. Luego reconocí mi pieza con sus paredes pintadas de ese odioso color azul. Alcé los ojos hacia la ventana. En voz baja afirmé lo obvio:

-Otra vez lavaron las cortinas.

Necesitaba papel higiénico urgente, así que fui al baño y me soné con fuerza. Una mezcla inmunda de sangre y hollín salió de mis fosas nasales, y sin sorpresa por esa grotesca imagen, doblé el cuadro de papel y lo arrojé a la basura. El hombre es un animal de costumbres, pensé. Entonces recordé que era martes y debía estar en la universidad a las 10. Tenía veinte minutos para alistarme. Me bañé en silencio y pensando en David: ¿habría llegado a su casa? Lo había dejado riéndose, de cara al suelo de parqué en esa maldita casa que apesta a incienso. Lo había abandonado, había abierto la puerta y había llegado a mi casa casi inconsciente. El agua caliente ya quemaba mi cabeza y cerré la llave. Apurado salí del baño y sólo entonces noté que el apartamento estaba en silencio y que sobre el comedor había unos platos tapados con una nota de mi mamá. La mitad del huevo era para el almuerzo, que no me lo fuera a comer. La pobre madrugaba siempre a trabajar y ninguna noche cerraba sus ojos hasta que yo llegara. Desayuné metódicamente, pensando en sus ojos ojerosos. Carraspeé para quitarme el nudo que se formó en mi garganta, lastimándola más de lo que estaba. Incluso dolía al aspirar, y sólo el agua fría la aliviaba. No podía hablar. Mucho menos cantar. Resignado, me alisté para salir a clases, harto de los platos sucios, de ojeras pronunciadas y el pelo grasoso. Soy alguien más en la calle, pero en mi estado las miradas se posan con más frecuencia en mí. Una anciana arquea las cejas y como uno solo todos en el bus suspiran. El consuelo que queda es que a las nueve de la mañana los buses van relativamente vacíos, circunstancia que aprovecho para leer o repasar las ideas para escribir que anoto en una libreta deshojada. En una de sus páginas decía:

QUISIERA SER ARGENTINO PARA PODER CANTAR TANGOS
DEJO MI MALETA BIEN CERRADA
ASESINO DEL PAPA (campanas)
vernissage (asesino pruebas de los crímenes)
hans holbein el joven
ACTOr AFICIONADO. DISPARO REATARDADO
codex gigas

El juego consistía ahora en descifrar el sentido que le había impuesto a esas frases cuando fueron escritas. Tenía que velar por su desarrollo. Su atrofiamiento fue inherente a factores externos adversos: el incómodo bamboleo de los buses, el pasto demasiado confortable y los días ruidosos. Tomé una frase por vez y memoricé cada palabra. Después venía la asociación libre con otras ideas. Inútil. No podía recordar nada sobre ellas. Eran miembros amputados de su función, significantes muertos. Frutos insulsos de mi vanidad resentida. Su instante había pasado. Suspiré hondamente. Mi parada estaba cerca. Cerré la libreta y la guardé en mi maleta. Al cerrarla la cremallera se dañó, en medio de maldiciones la logré cerrar y corrí hasta la puerta de atrás del bus para timbrar. Era demasiado tarde. Me bajé tres calles después de mi destino, y corría de vuelta con un zapato desamarrado y el reloj en contra. Para cuando llegué al salón, eran las diez y veinticinco. Recordé la advertencia sobre la puntualidad que les hiciera la profesora a principio de semestre. Esa fue mi sexta falla. Había acabado de perder la materia. Apreté los labios y con rabia abandoné el edificio y me acosté en el prado, intentando organizar los recuerdos de la noche anterior:

-Después de todo Campos tiene algo de razón- musité.


III

Bogotá D.C; 23 de julio


Las cartas nunca han sido mi fuerte. En esta intenté decir lo que nunca supieron, pero de nuevo soy incapaz. Tachón. La comunicación no es mi fuerte. NO ES SU CULPA.

Por eso este es el fin.

Agradecidamente,

Nicolás

La nota la hice para cubrir cualquier eventualidad. Eso sí, para que mi buena fe no arruinara todo, llamé a David a la casa. Él contestó con voz apagada y eso bastó. Colgué y corrí al estudio. Apuré de un trago el agua y las pastillas y me preparé para ser feliz. Era un artista loco durante el ocaso. Todo el asunto era muy prometedor. Fue el primer experimento químico. Tomé mi pluma y dibujé frenéticamente a media luz hasta que se acabaron las cuartillas. Alcé la cabeza y me quité el cabello de la cara. Me sentía líquido y superfluo. Al rascarme los ojos noté que mi cara estaba sudorosa y en la boca sentía un gusto a sal. Debía tener los ojos rojos. Había gotas en el escritorio. La sed me atormentaba. Tururú. Tururú. Tururú. Cantando y con el esófago al límite, recogí todos los dibujos formando una bola amorfa de celulosa y tinta. Me descubrí en la cocina encendiendo un fogón alimentado por mi creación. Todo se consumió rápidamente, con calma limpié la estufa y descubrí mi mano derecha enrojecida. El dolor me hizo reaccionar, abrí bien los ojos y me asusté. Con angustia llené una olla con agua fría y respirando hondo, miraba los dedos que contrastaban con fondo de hierro del recipiente. Los dedos me ardían y tenía el pulso agitadísimo. Traté de calmarme, respiré hondo, cerré los ojos. Aún seguía viendo figuras amorfas. Los abría y la luz mortecina inundaba las paredes de baldosín blanco. Después de todo, la culpa es compartida. Mía, de mi madre, de David, de Benjamin Franklin y de Dios. Todos fracasamos, todos tendremos dos metros de tierra sobre nuestras cabezas malogradas. Silencio, silencio. Había llegado la hora de pensar. Abandoné la cocina, busqué un trapo limpio y envolví mi mano quemada. Me recosté un rato en el sofá y dejé que terminara de caer la noche ¿Ahora qué?, me decía. No sabía. No lo sé aún. Después de todo sólo ha pasado un día. Mis tías decían que les gustaba mi futuro. Pero ellas no son nadie. Nadie sabe si mañana dormitará en un sofá con una mano mal vendada. Nadie me ha visto realmente. Nadie se ha tomado la molestia de conocerme desde que estaba chiquito. Nadie sabe que la química es una gran ciencia. No one gives a fuck about the values I would die for. Que me perdonen. Yo ya me perdoné. La culpa, la incapacidad de ser y de estar, la vida. Las salidas, las juergas, los guayabos y mi familia. La brecha cada vez se ensancha más. Y se acostumbran a que sea así. Y el Nicolás que decía te quiero se les borró de la mente. El niño cabezón fue de paseo por el barrio por última vez y no volvió. Eso sí antes de salir, escondí la nota. No tanto, porque uno nunca sabe. Nadie sabe lo que va a pasar.


IV

-No me vaya a dejar morir, marica. Vea que qué día me dejó tirado donde Crispeta.

-Pero si no puedo. Esa vuelta está jodida.

-¿Me va a rayar la cara?

-No sea tarado. No es eso, es que…

-Mucho falso… ¡jueputa! En la buena…

Dicho esto recibí un salivazo en mi pecho y casi al instante choqué contra la pared del callejón. David se alejaba furioso y Campos iba riéndose con sorna detrás de él. Una cadena se bamboleaba a cada paso que daba y los vi perderse en la esquina. Yo no soy un tipo de fiar. Además cómo iba a golpear con la mano en ese estado. Desposeído. Ya nada me quedaba en el mundo. Nada que importara. Nada que dure para siempre. Ni siquiera la saliva. La garganta seca, las luces de los postes, mi chaqueta sucia. Indignos. Todos ellos, todo sin excepción. Era tarde. Me esperaban en casa, pero yo no esperaba nada de ellos. A nadie le salvaré la vida. Sólo caminaré por ahí, articulando palabras hasta que se me seque la boca. Hasta que se me seque el cerebro. Hay que dejar las cosas fluir. Un gargajo, inmundicias, comida. Todo se arroja. A la basura, al caño, al mar o a un agujero. Siempre seremos bienvenidos.

domingo, 28 de noviembre de 2010

domingo, 26 de septiembre de 2010

FINALISMO

Inicio.

Dijo al rebelde del tiempo compungido y ya fatigado:

- Vete de aquí.

Y éste se marchó. Después se encontrarían de cuando en cuando y charlaban haciendo alarde de su memoria y disfrutando de complejos juegos de ingenio. Ocasionalmente gozaban de apuestas azarosas y la voluntad se cumplía a través de caminos disímiles.

El tiempo no para. Ambos fueron olvidados. La voluntad se había hecho y sus conversaciones versaban sobre la contingencia. Sus ojos miraban curiosamente las puertas cerradas, eso sí, jamás sin tentación de golpear.

Las vidas pasan, la vida aún no, el desastre llegó y arrojado a los caminos tuvo sed. De nuevo, con voz áspera y con gran esfuerzo (y cada articulación era dolor) repitió al rebelde en un desierto:

- Vete de aquí.

Muerte.

Hoy ya no espera en absoluto, pues comprende que no hay torniquete que valga para sanar. Apura un vaso de vino y mira la hora. El rebelde está retrasado. Entiende que no es fácil de aceptar. Hoy acabará todo y todos andan sin cuidado. Los goznes oxidados de la puerta chillan. Le llaman, se incorpora y se siente pesado.

Fin.

ACERCA DEL EVENTO

¿Pero cómo, cuando poder significa: fundación y consolidamiento en la esencia desde la facultad de transformación?

M.H.



A - A- A - A - A - A - A - A - A - A - A - A - A - A - A- A - A - A - A - A - A - A - A - A - A - A - A - A- A - A - A - A - A - A - A - A - A - A - A - A - A- A - A - A - A - A - A - A - A - A - A - A - A - A- A - A - A - A - A - A - A - A - A - A - A - A - A- A - A - A - A - A - A - A - A - A - A - A - A - A- A - A - A - A - A - A - A - A - A - A - A



Admito que era un poco peculiar y estúpido. Casi todos esperan que ponga estados con frases profundas y grandilocuentes. Facebook no puede ser una vana herramienta del ocio para un estudiante inteligente. Mentira. Este estado comprueba que, 1. No soy tan inteligente (mala suerte, madre); 2. Lleno ese vacío con presunción de agudeza; y, 3. Estaba aburrido en busca de diversión. Creo que el ítem 3 necesita ser explicado. Dentro de mis amigos (¿?) de Facebook he generado una especie de seguidores. Me gusta. Me gusta. Me gusta. Me gusta. Luego, me gustaba ver como intentaban desentrañar el sentido de las pavadas que no tenían ningún sentido. Ese goce era mío, y nadie me lo podía arrebatar, era mío mientras miraba fotos y publicaba vídeos. El caso, ese día sentado en mi silla frente a la pantalla espere unos segundos y vino. Una breve avalancha de Me gusta me hizo reír y llegó el momento cumbre. Diana Torres comentó: No entiendo mahechita :S. Por fin alguien rendido ante lo contingente, ante la impotencia y el falso asombro. Ojalá se acostumbre a ese sentimiento, y ojalá todos sigan su ejemplo. Ellos, entes peculiares, estúpidos, mentirosos. Yo cerré sesión, sonreí por lo bajo otra vez y fui a dormir un largo sueño.