lunes, 24 de enero de 2011

ESPUTO

I

David estaba nervioso, y miraba para todos lados buscando la nada en medio de la gente que regresaba a casa. Luego se arreglaba arrugas en su camisa verde a cuadros, escupía al suelo impasible y se rascaba los ojos. Era obvio que no quería que yo estuviera allí. Y fingía ignorarme, buscando lo imposible en medio de los autos que cruzaban en la calle.

-¿A quién espera?- pregunté en forma de venganza, mientras pensaba "a mí no me ignora, idiota"

-¿Ah?

-Que a quién espera.- insistí, mientras lo miraba recostado en la pared de ladrillos.

-¿Ah?

-¡Nah! Olvídelo.

Olvidar. Era la razón por la que todos ellos estaban allí. Eso justificaba el hecho de que la incomodidad de David se volcara hacia mí. No era su culpa, mía tampoco. Mis pasadas actuaciones de moralista eran inocentes pero insuficientes. No había salvado la distancia. El empeño en ignorarme, aunque inútil, se hacía terriblemente material. Como un monstruo ciego y viejo en un armario sellado, que perdió sus uñas de rasgar y rasgar la puerta. Duramos unos minutos callados, en los que yo comencé a arrepentirme de haber hecho esa maldita visita. Además, casi al mismo tiempo, Campos llegó acompañado de Raúl. Campos era apenas mayor que yo y siempre profesó un odio maquillado hacia mí. Me saludaba con sorna, y sagradamente se desbocaba en sus comentarios peyorativos sobre los emos, creyendo que yo era uno de ellos. Bajo su lógica, yo era emo y por lo tanto, era un marica, lámpara e hijo de puta. Esta vez no fue la excepción, y sabiamente me hice el pendejo. El ambiente se tornó aún más denso cuando Campos se acercó a David y le susurraba al oído con rapidez y visible molestia reclamos por mi presencia a esa hora y en ese lugar. David se quedó callado, me miró con ojos vacíos y se distrajo con la estela de humo que dejó un viejo bus verde. Y sonrió como idiota, cuando Campos se levantó de su lado con fuerza, escupió cerca de mis pies y se unió al grupo que aplaudía rabiosamente las bufonadas de Raúl, un tipo gordo y dientón con pantalones entubados y chaqueta de cuero sintético que tenía el feo vicio de salivar excesivamente mientras hablaba. Al poco rato reía con ellos, que fingen prestarle atención. Al estar solos David y yo, algo cambió y sus ojos se abrieron un poco. Volvió a sonreír y me preguntó por la universidad:

-Bien, bien. Eso sí me toca leer mucho.

-Claro. Es que es diferente al colegio.

-¡Uf! Demasiado.

-Sí.

Ambos sabíamos que todo lo dicho en esa conversación habían sido puras pavadas. Pero estábamos de acuerdo y la distancia se estaba acortando. Encendimos un cigarrillo y lo fumamos en silencio. Raúl hablaba ahora de las tetas de una puta, y su cara adquirió el gesto de un cerdo. Lo grotesco de la imagen me obligó a bajar la mirada, y por fin en ese instante David confesó:

-Parce, estoy muy llevado.

-Se le nota. ¿Y qué cosas metió?

-De todo. Pero todo bien que yo puedo…

La frase quedó a la mitad, pues a pesar de todo, David era un tipo honesto. Yo me levanté, di una pequeña vuelta con las manos en la cabeza y resoplando. Había llegado mi hora. Yo también confesé mientras acariciaba mis brazos frenéticamente y me quitaba constantemente un mechón de la cara. Un rato después, habíamos dejado atrás a Raúl y su escándalo de los mil demonios, y golpeábamos en una puerta desvencijada.



II

En un cuarto amanecí sorprendido, con el sol dándome de lleno en la cara. Tenía la nariz tapada por completo y me dolía la garganta. Luego reconocí mi pieza con sus paredes pintadas de ese odioso color azul. Alcé los ojos hacia la ventana. En voz baja afirmé lo obvio:

-Otra vez lavaron las cortinas.

Necesitaba papel higiénico urgente, así que fui al baño y me soné con fuerza. Una mezcla inmunda de sangre y hollín salió de mis fosas nasales, y sin sorpresa por esa grotesca imagen, doblé el cuadro de papel y lo arrojé a la basura. El hombre es un animal de costumbres, pensé. Entonces recordé que era martes y debía estar en la universidad a las 10. Tenía veinte minutos para alistarme. Me bañé en silencio y pensando en David: ¿habría llegado a su casa? Lo había dejado riéndose, de cara al suelo de parqué en esa maldita casa que apesta a incienso. Lo había abandonado, había abierto la puerta y había llegado a mi casa casi inconsciente. El agua caliente ya quemaba mi cabeza y cerré la llave. Apurado salí del baño y sólo entonces noté que el apartamento estaba en silencio y que sobre el comedor había unos platos tapados con una nota de mi mamá. La mitad del huevo era para el almuerzo, que no me lo fuera a comer. La pobre madrugaba siempre a trabajar y ninguna noche cerraba sus ojos hasta que yo llegara. Desayuné metódicamente, pensando en sus ojos ojerosos. Carraspeé para quitarme el nudo que se formó en mi garganta, lastimándola más de lo que estaba. Incluso dolía al aspirar, y sólo el agua fría la aliviaba. No podía hablar. Mucho menos cantar. Resignado, me alisté para salir a clases, harto de los platos sucios, de ojeras pronunciadas y el pelo grasoso. Soy alguien más en la calle, pero en mi estado las miradas se posan con más frecuencia en mí. Una anciana arquea las cejas y como uno solo todos en el bus suspiran. El consuelo que queda es que a las nueve de la mañana los buses van relativamente vacíos, circunstancia que aprovecho para leer o repasar las ideas para escribir que anoto en una libreta deshojada. En una de sus páginas decía:

QUISIERA SER ARGENTINO PARA PODER CANTAR TANGOS
DEJO MI MALETA BIEN CERRADA
ASESINO DEL PAPA (campanas)
vernissage (asesino pruebas de los crímenes)
hans holbein el joven
ACTOr AFICIONADO. DISPARO REATARDADO
codex gigas

El juego consistía ahora en descifrar el sentido que le había impuesto a esas frases cuando fueron escritas. Tenía que velar por su desarrollo. Su atrofiamiento fue inherente a factores externos adversos: el incómodo bamboleo de los buses, el pasto demasiado confortable y los días ruidosos. Tomé una frase por vez y memoricé cada palabra. Después venía la asociación libre con otras ideas. Inútil. No podía recordar nada sobre ellas. Eran miembros amputados de su función, significantes muertos. Frutos insulsos de mi vanidad resentida. Su instante había pasado. Suspiré hondamente. Mi parada estaba cerca. Cerré la libreta y la guardé en mi maleta. Al cerrarla la cremallera se dañó, en medio de maldiciones la logré cerrar y corrí hasta la puerta de atrás del bus para timbrar. Era demasiado tarde. Me bajé tres calles después de mi destino, y corría de vuelta con un zapato desamarrado y el reloj en contra. Para cuando llegué al salón, eran las diez y veinticinco. Recordé la advertencia sobre la puntualidad que les hiciera la profesora a principio de semestre. Esa fue mi sexta falla. Había acabado de perder la materia. Apreté los labios y con rabia abandoné el edificio y me acosté en el prado, intentando organizar los recuerdos de la noche anterior:

-Después de todo Campos tiene algo de razón- musité.


III

Bogotá D.C; 23 de julio


Las cartas nunca han sido mi fuerte. En esta intenté decir lo que nunca supieron, pero de nuevo soy incapaz. Tachón. La comunicación no es mi fuerte. NO ES SU CULPA.

Por eso este es el fin.

Agradecidamente,

Nicolás

La nota la hice para cubrir cualquier eventualidad. Eso sí, para que mi buena fe no arruinara todo, llamé a David a la casa. Él contestó con voz apagada y eso bastó. Colgué y corrí al estudio. Apuré de un trago el agua y las pastillas y me preparé para ser feliz. Era un artista loco durante el ocaso. Todo el asunto era muy prometedor. Fue el primer experimento químico. Tomé mi pluma y dibujé frenéticamente a media luz hasta que se acabaron las cuartillas. Alcé la cabeza y me quité el cabello de la cara. Me sentía líquido y superfluo. Al rascarme los ojos noté que mi cara estaba sudorosa y en la boca sentía un gusto a sal. Debía tener los ojos rojos. Había gotas en el escritorio. La sed me atormentaba. Tururú. Tururú. Tururú. Cantando y con el esófago al límite, recogí todos los dibujos formando una bola amorfa de celulosa y tinta. Me descubrí en la cocina encendiendo un fogón alimentado por mi creación. Todo se consumió rápidamente, con calma limpié la estufa y descubrí mi mano derecha enrojecida. El dolor me hizo reaccionar, abrí bien los ojos y me asusté. Con angustia llené una olla con agua fría y respirando hondo, miraba los dedos que contrastaban con fondo de hierro del recipiente. Los dedos me ardían y tenía el pulso agitadísimo. Traté de calmarme, respiré hondo, cerré los ojos. Aún seguía viendo figuras amorfas. Los abría y la luz mortecina inundaba las paredes de baldosín blanco. Después de todo, la culpa es compartida. Mía, de mi madre, de David, de Benjamin Franklin y de Dios. Todos fracasamos, todos tendremos dos metros de tierra sobre nuestras cabezas malogradas. Silencio, silencio. Había llegado la hora de pensar. Abandoné la cocina, busqué un trapo limpio y envolví mi mano quemada. Me recosté un rato en el sofá y dejé que terminara de caer la noche ¿Ahora qué?, me decía. No sabía. No lo sé aún. Después de todo sólo ha pasado un día. Mis tías decían que les gustaba mi futuro. Pero ellas no son nadie. Nadie sabe si mañana dormitará en un sofá con una mano mal vendada. Nadie me ha visto realmente. Nadie se ha tomado la molestia de conocerme desde que estaba chiquito. Nadie sabe que la química es una gran ciencia. No one gives a fuck about the values I would die for. Que me perdonen. Yo ya me perdoné. La culpa, la incapacidad de ser y de estar, la vida. Las salidas, las juergas, los guayabos y mi familia. La brecha cada vez se ensancha más. Y se acostumbran a que sea así. Y el Nicolás que decía te quiero se les borró de la mente. El niño cabezón fue de paseo por el barrio por última vez y no volvió. Eso sí antes de salir, escondí la nota. No tanto, porque uno nunca sabe. Nadie sabe lo que va a pasar.


IV

-No me vaya a dejar morir, marica. Vea que qué día me dejó tirado donde Crispeta.

-Pero si no puedo. Esa vuelta está jodida.

-¿Me va a rayar la cara?

-No sea tarado. No es eso, es que…

-Mucho falso… ¡jueputa! En la buena…

Dicho esto recibí un salivazo en mi pecho y casi al instante choqué contra la pared del callejón. David se alejaba furioso y Campos iba riéndose con sorna detrás de él. Una cadena se bamboleaba a cada paso que daba y los vi perderse en la esquina. Yo no soy un tipo de fiar. Además cómo iba a golpear con la mano en ese estado. Desposeído. Ya nada me quedaba en el mundo. Nada que importara. Nada que dure para siempre. Ni siquiera la saliva. La garganta seca, las luces de los postes, mi chaqueta sucia. Indignos. Todos ellos, todo sin excepción. Era tarde. Me esperaban en casa, pero yo no esperaba nada de ellos. A nadie le salvaré la vida. Sólo caminaré por ahí, articulando palabras hasta que se me seque la boca. Hasta que se me seque el cerebro. Hay que dejar las cosas fluir. Un gargajo, inmundicias, comida. Todo se arroja. A la basura, al caño, al mar o a un agujero. Siempre seremos bienvenidos.