Inicio.
Dijo al rebelde del tiempo compungido y ya fatigado:
- Vete de aquí.
Y éste se marchó. Después se encontrarían de cuando en cuando y charlaban haciendo alarde de su memoria y disfrutando de complejos juegos de ingenio. Ocasionalmente gozaban de apuestas azarosas y la voluntad se cumplía a través de caminos disímiles.
El tiempo no para. Ambos fueron olvidados. La voluntad se había hecho y sus conversaciones versaban sobre la contingencia. Sus ojos miraban curiosamente las puertas cerradas, eso sí, jamás sin tentación de golpear.
Las vidas pasan, la vida aún no, el desastre llegó y arrojado a los caminos tuvo sed. De nuevo, con voz áspera y con gran esfuerzo (y cada articulación era dolor) repitió al rebelde en un desierto:
- Vete de aquí.
Muerte.
Hoy ya no espera en absoluto, pues comprende que no hay torniquete que valga para sanar. Apura un vaso de vino y mira la hora. El rebelde está retrasado. Entiende que no es fácil de aceptar. Hoy acabará todo y todos andan sin cuidado. Los goznes oxidados de la puerta chillan. Le llaman, se incorpora y se siente pesado.
Fin.
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