sábado, 5 de diciembre de 2009

CINCVENTA Y CVATRO

Cry, havoc! And let slip the dogs of war.
Julius Caesar

Entonces destapa la vieja caja. Entre una montaña –que parecía derrumbada- de papeles amarillentos y una densa capa de polvo y ácaros halla su terror de la infancia: el libro de matemáticas. La nostalgia la invade mientras hojea página a página, los ejercicios otrora complejos. Como un diario, así piensa Liv Sprinkle mientras ve su irregular letra, su torpe caligrafía. Torpe como Maximus, así ríe Liv de su cuñado. No es que le disgustara Max, es solo la graciosa cortesía y decencia que mostraba cuando entraba a su casa. La desventaja de jugar de visitante, así filosofa Liv recordando los eternos partidos de fútbol que solía ver Papá. Saldría con Papá esa tarde, se ha atrasado un poco, pero no quiere salir sin ordenar esas viejas cajas. Pero tiene tiempo para hacer remembranzas. Así que sigue hojeando el libro. ¡Sumas, restas, conjuntos!, así se queja Liv con ironía de lo ejercicios de cálculo que resolvió la semana. Pasa otra página del libro y lo recuerda. Es curioso que los números sean letras, así critica Liv a la aritmética antigua. Distingue con asombro una V, luego una I y una X. Son cincos, unos y dieces. El 1000 reducido a una M y un 50 era la L. Pobrecitos romanos ¿cómo sabrían cual era la clase de matemáticas o la de latín?, así se compadecía Liv. Entonces una revelación aparece al pasar otra página:
L=50 IV=4
Su nombre, 54=LIV. Una sensación inefable se toma su alma. Así enmudece Liv. Es irónico encontrar que tal vez un antiguo noble romano en la Galia, escribía su nombre al anotar la cuenta de sus ganancias (¿tal vez 54 talentos de oro?) para emprender el viaje a la capital. Los caminos romanos eran bastante buenos y seguros protegidos por los hombres de algún centurión, eran cinco decenas y cuatro soldados que partían prestos a la guerra, cincuenta y cuatro hombres con el peso de defender la estabilidad de su nación contra los bravos pueblos del norte.

La historia no se cuenta sólo con palabras de ancianos rapsodas. La contabilidad no es sólo una monótona serie de algoritmos, así lo descubre Liv. Mi nombre no es sólo un nombre más para el notario, para la lista de mi curso o para un documento, era –y aún puede serlo- la esperanza del pueblo de respirar la libertad o la seguridad de una vida opulenta de aquel noble. Soy Liv, y soy también cincuenta y cuatro razones, cincuenta y cuatro pactos y esa esperanza que se dan unos a otros cuando se enteran que los barbarvs trasponen la frontera. Así dice Liv rompiendo el silencio que le traía la reflexión. Luego Mamá entra a su habitación. Chris no llegará. Así se entera Liv que la armada entra a la ciudad. Así que papá no pudo llegar. Así llora Liv. Igual sigue empacando.

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