La suerte está echada. Yo la ataco, las desvisto y ella llora.
Aún no. Repite.
Aún no. De nuevo. Me levanto (¿aturdido?) una sábana se enreda en mi pie y caigo de espaldas sobre el tapete. La suerte está echada. Ella golpea mi rostro, grita y sale cerrando la puerta con fuerza.
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