lunes, 4 de enero de 2010

Odios son amores

Para Layton si aún se acuerda

- Todos los papás tienen moza – dijo de repente Iván.

Yo que entonces era un sujeto dócil, no fui capaz de rebatirlo. Fue tan contundente. Era un lector de la vida genial. Creo que aún lo es, aunque no podría asegurarlo. Hace tanto que no le veo. A lo mejor habrá cumplido su promesa. Esa promesa que hizo mientras esperábamos que nos recogieran del colegio. Era mediodía y de repente me dijo:

- Si no soy rico a los 30 años, me suicido –

Yo que entonces era creyente, me espanté. Era mi mejor amigo y no lo quería ver condenado y envuelto en llamas. Pero él sólo se reía y me miraba con ojos traviesos. Me manipulaba, jugaba conmigo. Cada vez que me decía algo me hacía asentir. No es la única persona que lo ha logrado, pero fue la primera en esa larga lista de sumisión. Yo soy un tipo de esos que meten las manos a los bolsillos y se aleja mirando al suelo. Y al suelo estaba mirando cuando Iván dijo lo de las mozas. Había comenzado contándome que la tarde anterior, después de que su papá lo recogiera en su taxi, habían salido por una ruta diferente. Los pormenores del viaje nunca los supe, aunque él siempre fue fanático de los detalles. Se limitó a contarme que al llegar a una casa desconocida había conocido a una simpática señora. Yo estaba pensando en que decir cuando terminara. Afortunadamente el curso de los acontecimientos hizo que en vez de un forzado i’m so sorry, saliera un espontáneo what’s the fuck!

¿Qué carajos podía decir ante eso? ¿Quién me garantizaba que mi papá no tenía otra mujer? Porque yo, aunque callado no era ciego. Como aquella vez que de mañana íbamos al colegio, y veía de reojo caminado unos metros más adelante, como él le susurraba algo al oído a una rubia en sudadera azul. Me apena decirlo pero mi papá me dio asco. Tanto asco que cuando me alcanzó le di un golpe en el brazo. Otro golpe. Otro más. Y la infantil y cariñosa pregunta de mi padre ¿Diego por qué me pega? No fui capaz de decirlo. Sólo di un golpe más. Recordaba a mi mamá diciendo conteniendo las lágrimas en un vano intento patético:

- ¡Es que yo no confío!

Yo tampoco podía confiar. Aunque todas las mañanas grises saliera en pijama a dejarme a tiempo con los demás niños. No sé si realmente lo quiero o es una forzada gratitud. Aún en mi adolescencia intentaba acercarse, y me acariciaba la cabeza. Obviamente yo huía instintivamente. Sé que lo hacía sentir mal pero no lo podía evitar. Es que yo no confío.

Nunca más tocamos el tema con Iván. Luego como buen lector que era descubrió que yo me había enamorado de su novia. Lastimosamente éramos pésimos amantes y ambos quedamos solos. Yo lloré, él… no tengo idea. Nunca le vi llorar. A lo mejor si se mató. Filósofo loco. Como lo odio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario